Grandes proyectos en Val Susa, Italia

Fuente: www.tg24.sky.it
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por Cecilia Vergnano (OACU)

El texto que figura a continuación es el resultado de una intervención pronunciada en una evento sobre violencia de Estado organizado por un grupo de mujeres de la Val Susa, Italia, lugar donde desde hace más de 20 años se prevé la construcción de una línea de tren de alta velocidad, algo que ha provocado fuertes resistencias locales. A lo largo de los años se ha conformado un movimiento de resistencia popular que progresivamente ha ido adquiriendo consciencia sobre la necesidad de cuestionar el modelo de desarrollo económico vigente. La consecuencia ha sido, en los últimos años, la militarización del valle por parte del Estado y la adopción de medidas represivas antiterroristas (incluyendo encarcelamientos de activistas). El evento pretendía conectar la lucha de Val Susa con otras luchas contra la violencia de Estado que se llevan a cabo en otras partes del territorio italiano. Estos conflictos están apareciendo como consecuencia de las retenciones, detenciones o simples operaciones policiales que, ya sea por comisión o por omisión, derivan, en demasiadas ocasiones, en la muerte de los detenidos en manos de las fuerzas del orden. Se trata de Carlo Giuliani, Federico Aldrovanidi, Giuseppe Uva y muchos más. La lista de muertos va alargándose. A la charla estaban invitadas las madres de estos “muertos de Estado” con el objetivo compartir su experiencia con el resto de la población de Val Susa. El clima emotivo era intenso, pesado y delicado al mismo tiempo. En estas circunstancias, le ha tocado a una abogado y a un miembro del OACU intervenir analizando el contexto jurídico-legal, social, cultural y económico en el que se produce esta violencia.

Esta noche no hablaré en calidad de activista sino de investigadora y docente universitaria, en calidad de antropóloga cultural que estudia desde una perspectiva crítica su propia sociedad y las relaciones de poder que la conforman. Para este fin, necesito arrinconar por un momento la emoción, a pesar de que yo también la sienta, para utilizar conceptos que son propios de mi ámbito de investigación, de la antropología urbana, e intentar realizar un análisis crítico. Hay una relación entre represión y crisis…, o bien, sabemos todos que no es una crisis, sería mejor llamarla apropiación violenta de recursos, acumulación y concentración de recursos, públicos y privados, en pocas manos. Hay una relación entre distintos aspectos principales: la configuración y planificación del espacio; la militarización del territorio y el discurso sobre la seguridad; la reconfiguración del capitalismo en un momento de crisis, reajuste y acumulación. El espacio no es sólo el valle, o la ciudad, o el conjunto de calles, barrios, grandes vías de comunicación, paisajes naturales. El espacio es lo que permite, condiciona y contextualiza nuestro sistema de relaciones. Es lo que ya sostenían grandes arquitectos como Le Corbusier. Como antropólogos, estudiosos de la conducta humana en sociedad, sabemos que la configuración del espacio permite ciertos comportamientos e inhibe otros. Es una experiencia que conocemos todos: por ejemplo, en una grande vía del centro de una ciudad extranjera sacamos la cámara para hacer fotos, en un barrio degradado de periferia este mismo gesto lo pensaríamos dos veces antes de hacerlo. Algunos espacios son concebidos como más seguros, otros como más inseguros.

El poder juega un papel fundamental en esta configuración y planificación del espacio. Reprimir una manifestación en una ciudad con amplias calles ordenadas es mucho más fácil que por los callejones de la ciudad vieja o por unos caminos de montaña. El diseño del espacio es uno de los instrumentos de los cuales la política hace uso. El espacio no es sólo una herramienta de control, sino que es también generador de beneficios. Cuando hablamos de grandes proyectos (trenes de alta velocidad, autopistas), de grandes eventos (Expo de Milán, mundiales de fútbol en Río), estamos hablando de rediseñar el espacio de una manera que genere un beneficio económico. O, a escala más pequeña, cuando hablamos de regeneración de un barrio, estamos hablando de lo mismo: rediseñar el espacio de una manera que genere ingresos. Estamos hablando de negocios para el sector inmobiliario con el apoyo de los poderes públicos. Y, consecuentemente, de una forma de violencia indirecta: la expulsión de los habitantes con bajo poder de compra y el ingreso de otros, por decirlo así, mas “pijos”, que producen más, consumen más, etc. Este proceso de expulsión de vecinos pobres de los barrios en nombre de la “regeneración” es conocido como “gentrificación”. Hasta aquí tenemos dos usos que el poder hace del espacio: como herramienta de control (orden, limpieza), y como herramienta para el beneficio (grandes proyectos, grandes eventos, regeneración de los barrios). En Val Susa se ha planteado la hipótesis de que se está dando un proceso similar a la gentrificación: expulsión de los habitantes tradicionales, los cuales deciden dejar un territorio contaminado y cada vez más invivible. Y de hecho el valor de metro cuadrado de las casas en los últimos años va bajando. En este caso, sin embargo, la fuente de beneficios no reside en la futura entrada en el valle de un grupo de habitantes más adinerados, sino en la obra en sí, en la realización del gran proyecto (en este sentido no se puede hablar de gentrificación, estamos en presencia de un nuevo tipo de proceso). Todos estos procesos, de regeneración e implementación de grandes proyectos “estratégicos”, son fuentes de conflictos sociales. Son productos de la misma lógica que es la de la apropiación privada de recursos comunes, que es la lógica del mercado en la época neoliberal, y se desarrolla según elementos idénticos. Uno de estos elementos es la planificación.

La planificación es una de las formas de producción del espacio, la forma dirigida “top-down”, desde arriba hacia abajo. Es la imposición del espacio concebido sobre el espacio vivido por las poblaciones. El espacio vivido es el espacio de cada día, de los intercambios, las relaciones, las estrategias de supervivencia (incluidas las micro-delictivas), las apropiaciones incluso insolentes del espacio, en momentos de convivencia o de manifestación. El espacio concebido es el valle atravesado por el TAV, por los flujos de mercaderías que se desearían ver circular internacionalmente; es la ciudad limpia, ordenada y dócil, la de las cientos de personas que se mueven entre casa y trabajo y, en sus momentos libres, en los locales de ocio y consumo. La intensificación, exasperación del conflicto, cuando la contraposición entre espacio concebido y espacio vivido es demasiado fuerte e irreconciliable, puede llevar a formas de gestión del conflicto cada vez más represivas, hasta llegar a formas de militarización del espacio y de la vida cotidiana.  De hecho en Val Susa, o en Genova en 2011, o en muchos otros contextos, la situación que se puede observar es la de un conflicto militar de media o baja intensidad. En Val Susa este conflicto es visible ya desde hace años, con diferentes intensidades según los diferentes momentos. El proceso de militarización, en Val Susa como en otros sitios, no constituye un salto de calidad sino que se contextualiza en un continuum de transformaciones – políticas, culturales, económicas – por lo que me parece más adecuado concebir la militarización como uno de los eslabones que constituyen la escalada en la gestión del conflicto. Según el geógrafo británico Stephen Graham, la militarización ya es parte de nuestra vida y del paisaje cotidiano lo conforma. Estamos sumergidos en las tecnologías del control ubicuo (muchas de las cuales son productos de la investigación militar, del Departamento de Defensa Americano, luego trasladadas a la vida civil).

Nuestra vida diaria se desarrolla en buena medida a través de tecnologías de este tipo, en un contexto cultural donde el discurso sobre la seguridad tiene cada vez más resonancia.  Se calcula que el 80% del presupuesto de investigación del gobierno estadounidense de los últimos años ha sido destinado a la investigación militar: cuando hablamos de violencia de Estado tenemos que pensar en esto también. Tecnologías de uso común como internet, realidad virtual, jet travel, televisiones de circuito cerrado, control remoto (mandos a distancia), microondas, radar, posicionamiento global (GPS), network informáticos, vigilancia satelital, containerización y logística – sin las cuales actualmente nuestra vida sería radicalmente diferente – son todas tecnologías creadas en la última mitad del siglo XX, muchas en el contexto de la Guerra Fría, como parte de la elaboración de un sistema de control. Nada raro, entonces, si esta militarización se hace más explícita y evidente en determinados lugares, especialmente los más sensibles, los considerados de interés estratégico. Esto quiere decir que todos tenemos experiencia sobre la militarización, sólo que esta experiencia se presenta en la vida civil en formas sutiles y difícilmente reconocibles, para luego “explotar” en contextos más estratégicos. Las tecnologías de la vigilancia, la comunicación y el control se desdibujan en manera cada vez más ubicua, cotidiana, omnipresente, en la sociedad civil. Es así como en un contexto de crisis, uno de los pocos sectores en constante crecimiento – se puede hablar de un verdadero boom – es el complejo industrial convergente que incluye seguridad, vigilancia, tecnología militar, cárceles privadas y dispositivos de entretenimiento electrónico.

El resultado de todo esto es la cultura en la cual vivimos sumergidos, que se puede definir en términos de una verdadera Cultura de la Guerra, o Cultura del Miedo. Sus características principales son tres: el discurso sobre la seguridad (seguridad presentada como un bien de primera necesidad, una necesidad fundamental para la vida de las ciudades – aún antes que la justicia social); el pensamiento maniqueo (la división entre blanco y negro, buenos y malos, “conmigo o contra mí”), y la venta del miedo (boom del complejo industrial seguridad-militar). La Cultura de la Guerra en el actual panorama económico neoliberal tiene por lo tanto características muy claras: es decir que la Cultura de la Guerra, el miedo y la inseguridad se transforma en un negocio para muchos sectores de la industria y los servicios. Tenemos, por lo tanto, dos grandes sectores generadores de ganancias en el actual panorama neoliberal: el espacio, la mercantilización del espacio y de los recursos comunes (para decirlo de manera muy aproximativa, la industria del cemento) por un lado, y la industria militar, el complejo seguridad-militar por otro. La militarización de la vida cotidiana y la mercantilización del espacio se constituyen como procesos paralelos en un contexto de acumulación neoliberal, proceso que puede llegar a ser visible contemporáneamente, de manera muy clara, en el contexto de Val Susa, sobre todo si, como es el caso, el conflicto social creado por la apropiación privada del espacio colectivo es tan grande que la única manera para conquistar este espacio es militarmente. Por lo tanto, no tenemos que caer en esta trampa ideológica, en esta ideología de la seguridad que nos quieren vender. No tenemos que luchar para un Estado más seguro. No es más seguridad lo que necesitamos, sino más justicia social.

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