Siete postales de la Barcelona gentrificada que no te mostrará el MWC
ANDER ZURIMENDI @anderzurimendi
Coincidiendo con la feria de telefonía móvil, conversamos con el antropólogo urbano José A. Mansilla, coordinador junto con Claudio Milano de ‘Ciudad de Vacaciones, Conflictos urbanos en espacios turísticos’ (Pol·len edicions) un libro que analiza los efectos del turismo a ciudades como Barcelona y que acaba de llegar a las librerías.
Las cosas no pasan porque sí. Esta es la máxima que intentan explicar los antropólogos y urbanistas de signo crítico: si Barcelona es tal y como la conocemos hoy en día, es fruto de políticas que han favorecido la llegada de un tipo concreto de turismo. El Mobile World Congres (MWC) es un caso paradigmático. Mapeamos los escenarios de Barcelona donde la ciudad muestra mayores problemáticas derivadas del turismo, que se perciben en la afectación que tiene sobre los barrios y sus vecinazgos. Y lo hacemos de la mano del antropólogo José A. Mansilla, coordinador del libro Ciudad de vacaciones. Conflictos urbanos en espacios turísticos (Pol·len), que acaba de salir a la venta.
1. El tambor de las Glorias: la gentrificació“homeopática”
El Teatre Nacional de Catalunya y el Auditori, la Torre Agbar y el Museo del Diseño, el Mercat dels Encants y el casal de la Farinera… La lista de edificios con usos culturales levantados en el entorno de les Glòrias, en los últimos años, es inmensa. Cuestión compleja: ¿Es malo, en si mismo? “Más bien tenemos una espectacularitzación de la arquitectura y de los usos culturales”, arranca Mansilla, «en el que más que edificios funcionales encontramos estructuras culturales que quieren convertirse un referente internacional. “Por ejemplo, Rafael Moneo explicó que no había diseñado el Auditori para la ciudadanía de hoy en día, sino que iba a utilizar unas planchas de hierro que se fueran enmoheciendo con el paso del tiempo”, las cuales se podrían llegar a observarse depende como avanzara la remodelación del barrio.
O la reforma de Els Encants, que ha estandarizado y tomado bajo control un rastro que hasta ese momento era libre. “Se parece a una gentrificación homeopática: Pones una píldora y a ver qué pasa”, alerta el antropólogo. También hay una falta de usos más populares en dicha inversión prevista. “Y está claro que hay que intervenir a las ciudades, ya que son ecosistemas vivos, de los cuales entra y sale gente constantemente; pero eso pasa por intervenir para dignificar los barrios, con centros sanitarios, con parques…”.
2. Poblenou y la salida al mar: ¿Nuestra Copacabana?
El geógrafo Horacio Capel describe las obras de la fachada marítima de Barcelona, con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992, como “un plan clasista, para echar del Poblenou las fábricas y los trabajadores”. Desaparecen las chavolas del Somorrostro y el barrio de Icaria queda bajo tierra, dejando espacio a la flamante Vila Olímpica donde residirían inicialmente los atletas y posteriormente las clases altas de Barcelona. “Y encima casi se cargan el cementerio del Poblenou, imagínate”, alerta Mansilla. Encontramos aquí un gran espacio (la fachada marítima) que en los años 70 no está aprovechada por el Capital con toda la intensidad que el sistema querría. Y es por ello que el entonces alcalde Porcioles (considerado tímidamente aperturista dentro de los cánones del franquismo) sueña con la Copacabana barcelonesa, desde el márgen del rio Besòs hasta la Barceloneta. Aires brasileiros en Catalunya.
La excusa de las Olimpiadas “sirve para hacer un pelotazo urbanístico, transformando el suelo industrial en habitacional y vendiéndolo a precio del año 1992: Vaya, un negocio redondo”. Arranca así, por cierto, el ciclo de colaboraciones público-privadas. Cómo decía Manuel Vázquez Montalbán, parecía que el PSC hubiera descubierto el neoliberalismo.
3. El Maremagnum: Bienvenidos a ‘privatopia’
La continuación de la Copacabana especulativa del 92 es la remodelación de los muelles de Barcelona, para construir lo que hoy se conoce como el Maremagnum. “Ahora bien, para conseguir llevar el negocio lucrativo hasta la costa, necesitaban una vía de entrada. Y por eso, hacen el túnel semi-soterrado de la Ronda Litoral, favoreciendo la circulación de coches (y por tanto, de bienes, mercancías y personas”, argumenta el miembro del OACU.
Dejar de mirar hacia la montaña del Tibidabo (con su antiguo parque de atracciones y sus zonas de viñas), para abrirse al mar. A tal efecto, arrancan las obras del Maremagnum: “Juegan maliciosamente con la ley, porque al estar en dominio marítimo, se rige por la normativa de puertos, y no por las más estrictas normativas municipales”. Así pueden ser más espectaculares urbanísticamente, además de tener normativas diferentes en materia impositiva, de horarios, de usos, etc. E incluso tienen seguridad privada: “Privatopia”. El Hotel Vela no es sino la continuación de estas rendijas legales: “Este hotel no se habría podido construir según la normativa municipal; pero claro, en este caso dependía de administración marítima”.
4. La rambla del Poblo-sec: ¿Terrazas sí, però jugar con la pelota no?
Las ciudades son objeto de creación de plusvalías, explica Mansilla, y con los cambios de los usos del suelo se consigue (entre otras cosas) lo que David Harvey ha denominado acumulación por desposesión. Una vez que el terreno urbanizable se va agotando, el Capital continúa buscando más suelo público e intenta hacer de constructor de las estructuras públicas: Residencias de tercera edad, guarderías y escuelas… Y cuando este también se va acabando, opta por el Espacio Público: Las aceras y plazas. “De aquí que se haya permitido –e incluso fomentado directamente- las terrazas de los bares y restaurantes; terciarizando el espacio y creando nuevas zonas turísticas”. La rambla del Poble-sec es un ejemplo.
Pero para que esta privatización del espacio público funcionara, era necesario evitar dinámicas alternativas que no implicaran consumir: Así que se prohibió beber en la calle, se prohibió jugar a pelota en las plazas, las fiestas infantiles… Las alabanzas al “civismo”, encaminadas a favorecer el consumo en el sector restauración. Además, la proliferación de terrazas hace que, a veces, sea imposible andar por las aceras.
Hay que añadir la saturación, en general, que sufre la ciudad. El índice de presión humana (cuántos turistas hay en ese momento por cada habitante) es muy alta. La población flotante (con residentes en el área metropolitana barcelonesa que trabajan o hacen actividad de ocio en la capital) también es elevada. Sencillamente: Mucha gente, en el mismo lugar, en el mismo momento. “En las encuestas de satisfacción, incluso los turistas se quejan de la masificación”, revela Mansilla.
5. Saturación en el mercado de la Boqueria, ‘gourmets’ en el de Santa Caterina
La tendencia gentrificadora de los mercados es evidente, con el caso paradigmático de la Boqueria (destinada al turismo). También la reinauguración del Mercado de Sant Antoni alarmó las entidades vecinales (a pesar de que. en este caso, las consecuencias se perciben en el aumento de los alquileres; más que en el coste de la cesta de la compra).
José Mansilla apunta también al Mercado de Santa Caterina como símbolo del espectacularitzación del hecho comercial, con su flamante edificio firmado por Enric Miralles. “Aun así”, apunta, “tampoco se puede comparar con los proyectos que han hecho a Madrid, de privatización absoluta de los antiguos mercados”. Y pone como ejemplo el mercado de San Miguel (del cual se expulsaron los paradistas y ahora únicamente está destinado a la restauración). “En Barcelona se ha apostado por mantener la idea de Abastos, de mercado tradicional, si bien con una cierta gourmetitzación que generar todo tipo de conflictos”.
6. El turó de la Rovira: La banalización de la memoria
El Plan de Descentralización de turismo que el Ayuntamiento impulsó en 2013, bajo gobierno del alcalde Xavier Trias (PDeCAT, antes CiU), consiguió llevar el turismo a barrios que hasta ahora se habían salvado. Un claro ejemplo es el Turó de la Rovira y su gentrificación: Las espléndidas vistas panorámicas de la ciudad atraen cada día centenares de jóvenes turistas extranjeros. Pisan así un espacio de altísimo valor simbólico. Y es que durante la Guerra Civil se instalaron baterías antiaéreas,con el objetivo de proteger Barcelona de los bombardeos fascistas italianos. Posteriormente, entre los años 50 y los 80, se autoconstruyen casetas, dando lugar a un barrio chavolista que acogía con los brazos abiertos a las personas migradas. Hoy en día, sin embargo, está saturado de turistas con latas de cerveza, pitillos y selfies.
7. Airbnb: Duermen los turistas, se exilian los vecinos
Segun Mansilla, fomentar el turismo es para las Administraciones “una política realmente barata y sirve para remontar la crisis económica”. Además, Barcelona es una ciudad consolidada donde ya quedan pocos lugares físicos en los que el Capital pueda implementar grandes proyectos urbanísticos. De aquí las ansias para situar Barcelona en el mapa turístico internacional. Tanto hoteles como alquiler turístico. “Los turistas consumen el espacio y se van. Consumen el espacio y se van. Así sucesivamente”, dice Mansilla.
Y finalmente, el paisaje urbano (las casas, calles, tiendas e incluso el propio vecindario) se convierten en un mero decorado, “que representa un capital simbólico que puede ser transformado en capital económico, mediante el turismo y el ocio”.
Este artículo fue publicado originalmente en catalán en el Diario Público.