Evocación escuchando a Alexis Zoumbas y el moiroloi de Epiro
Evocación escuchando a Alexis Zoumbas y el moiroloi de Epiro [1]
Antigoni Geronta
Me pregunto qué tipo de situaciones e imágenes despierta esa música de Alexis Zoumbas que estoy escuchando y las historias que cuenta que me vienen a la cabeza y que son el moiroloi –el lamento– de Epiro . Yo crecí en este entorno y el clarino (clarinete) y el violín forman parte de mi memoria, por no decir de mi alma. Escucho esto y veo las montañas de Pindo. Vuelvo a mi infancia y la infancia de mis abuelos y la de sus abuelos, porque en aquella época -me refiero tanto a los años 30 como a hace unos 30 años- la tradición oral estaba todavía muy enraizada en nuestro día a día y el pasado se tornaba presente.
Mis abuelos tenían una taberna y los encuentros festivos eran frecuentes. Se trataba de una convivencia encantadora con los músicos rom. Se me ha grabado en la memoria la imagen de un hombre que mientras baila, saca un billete, escupe sobre él y lo pega en la frente del clarinetista. Y eso era un todo un acto de honor para el músico, además de dinero para su bolsillo. Además, se trataba de un lugar/tiempo, ese del canto y del baile, en que no había distinción entre el hombre y la mujer. Eso al menos en lo que se refiere a la manifestación del estado emocional y a su integración libre en el baile, aunque los movimientos corporales y las expresiones verbales del éxtasis experimentado o evocado solían ser mucho más discretas en el caso de las mujeres.
Entre fiestas alegres o tristes, la exaltación de sentimientos y el lamento poco cambiaba. Las lágrimas corrían por rostros que sonreían y brillaban los ojos de las «negrovestidas» , las mauroforeménes, las mujeres de luto por la muerte de un pariente. Y la alegría de una boda comportaba la tristeza por la separación de la hija –menos del hijo– de su familia. Estos cantos y melodías frecuentemente expresaban la pena por los ausentes, por quienes se habían visto obligados a marchar al extranjero para sostenerse y poder sostener a sus familias, un hecho tan común que servía de excusa para cualquier nuevo encuentro.
Esa música y esas imágenes las asocio con una experiencia profundamente individual -aunque en directo pase a ser compartida y vivida colectivamente- en la que lo ajeno se cruza con lo familiar. Es lo que sentí cuando estuve por primera vez en Argentina y asistí a milongas en la calle y bailes tradicionales en el campo. Sentía la emoción, pero no pertenecía a aquel allí. Y me pasaba cada vez con el fado portugués. A pesar de los años de haber vivido eventualmente en Portugal, la música de los ambientes populares provocan una especie de nostalgia por algo que no he vivido. Delimitan, pues, una experiencia bien activa en el presente, al tiempo que una se sumerge en un estado emocional que no está hecho necesariamente de recuerdo, pero sí de una sensación intensa de un pasado compartido, que no es sino el del pueblo, cualquier pueblo, un pueblo distinto siempre que siempre es el mismo. No sé si me explico, pero la «nostalgia por algo que no he experimentado/vivido» es una frase que encontré anoche en este artículo y para mí tiene sentido: https://www.nytimes.com/2014/09/28/magazine/hunting-for-the-source-of-the-worlds-most-beguiling-folk-music.html
Es ahí donde también consta que las fiestas populares (panegiria), de origen pagano que luego se incorporaron en la tradición ortodoxa cristiana, son propósitos de celebración y de luto del todo vigentes. Celebración por poder estar aquí todos presentes, lamento por los que no están y deseo de que todos estemos aquí el año que viene. El moiroloi en sí, proviene de moira (destino/fado) y logos (el habla y la razón). De ahí el matiz terapéutico que se le atribuye a la música tradicional y su vitalidad.
[1] Reflexiones a partir de la transmisión de Cristopher C. King: “Discovering Zoumbas and his Abyss”, disponible en línea: https://www.mixcloud.com/movement_radio/unknown-christopher-c-king-discovering-zoumbas-and-his-abyss/.